No hay nada más falso que tomar a los enemigos de nuestros enemigos como amigos. Que reaccionarios de todo tipo atacaran al presidente de la “República Bolivariana de Venezuela” durante su vida o tras su muerte no es un argumento en su defensa.
Las luchas en la cúpula del estado son feroces y no son fingidas. Realmente expresan diferencias de ideología, redes y políticas entre facciones opuestas. Pero cuando cambiamos el enfoque y observamos las cosas desde una perspectiva un poco más lejana, entendemos que las mismas formas de esta lucha imponen una comunidad de intereses entre todos los protagonistas. En cualquier caso, la jerarquía estatal y el modo de producción capitalista convierten a quienes se enfrentan entre sí en representantes y defensores de una misma dominación, aquella que constituye la base de su poder, incluyendo el poder para confrontarse entre ellos.
El voto a favor de Chávez fue, en gran medida y de manera incontestable, un voto de clase: pero solo para lograr mantener dentro del seno del estado a las mismas personas a las que este estado oprime. Chávez, un militar de carrera, era un ultranacionalista y un ferviente católico. La exaltación de la religión y de la nación se unieron magistralmente en un mismo hombre, y lo que el chavismo expresó en términos de contestación social fue el prisma de estas ideologías. Actualmente, el sucesor de Chávez, Maduro, llega al punto de presentarlo como un santo. Tout est dit.
Texto publicado originalmente en el difunto sitio web de Léon de Mattis. Publicado el viernes 10 de mayo de 2013.
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