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Raza e Ilustración Primera Parte: del antisemitismo a la supremacía blanca, 1492-1676

Loren Goldner

(Este artículo se publicó originalmente en la revista Race Traitor #7, 1997)

1. Fase preilustrada: España, los judíos y los indios¹ 

No suele reconocerse con demasiada frecuencia que antes de los siglos XVII y XVIII, el período que la historia occidental denomina la Ilustración, el concepto de raza no existía.
Con menos frecuencia aún se reconoce que el concepto de raza, que se originó en el último cuarto del siglo XVII y surgió en unas condiciones sociales muy concretas, estuvo precedido durante siglos por una visión muy diferente de los africanos² y de los indios del Nuevo Mundo, que tuvo que ser erradicada antes de que pudiera inventarse el concepto de raza, que fue expresión de una nueva práctica social en el seno de nuevas relaciones sociales. En la actualidad, cuando la Ilustración está siendo atacada desde muchos puntos de vista falaces, conviene dejar claro desde el principio y de forma categórica que la tesis de este artículo no es que la Ilustración fue «racista» y menos aún que solo fuese válida para «varones europeos blancos», sino más bien de que el concepto de raza no nació por casualidad a la vez que la Ilustración y que la «ontología» ilustrada, que hunde sus raíces en la nueva ciencia del siglo XVII, dio lugar a una visión de los seres humanos en el entorno natural que de forma involuntaria proporcionó armas a una
nueva ideología basada en el concepto de raza que sin la Ilustración habría sido imposible. Antes de la Ilustración, los europeos solían dividir el universo conocido entre cristianos, judíos, musulmanes y «paganos»³; en torno a 1670, empezaron a hablar de razas y de jerarquías raciales basadas en códigos de color.
¿A través de qué «marco epistemológico» abordaba Occidente al «Otro» antes de la década de 1670? La respuesta hay que buscarla, en parte, en el impacto de la herejía medieval tardía sobre la concepción que, a partir de 1492, Occidente mantuvo respecto del Nuevo Mundo y de sus habitantes durante ciento cincuenta años.

El abate calabrés Joaquín de Fiore, cuya obra resonó a lo largo de siglos de herejía y que sus detractores han condenado a menudo como precursora del marxismo, fue una de las principales fuentes de las ideas y movimientos heréticos que a la larga destruyeron la Cristiandad medieval. A finales del siglo XII, y contando con el mecenazgo de tres papas, Joaquín escribió una visión profética de la historia, que se
dividía en tres edades: la era del Padre, que corresponde a la época del Antiguo Testamento; la del Hijo, que corresponde a la época del Nuevo Testamento, cuyo fin se aproximaba, y la tercera, la del Espíritu Santo, en la que toda la humanidad gozaría de la santidad y la dicha eternas. El potencial herético del esquema histórico de Joaquín
residía en que durante la tercera edad la humanidad trascendería la propia institución de la Iglesia. Desde el punto de vista de las cuestiones que nos ocupan, Joaquín tiene especial interés debido a su impacto posterior sobre los llamados franciscanos espirituales. En
el siglo XIII, como respuesta a la popularidad de las herejías —y la herejía cátara del sur de Francia en particular— la Iglesia fundó dos nuevas órdenes monásticas, la de los dominicos y la de los franciscanos, a fin de hacer frente a las ideas heréticas simulando una reforma. De ahí que la «pobreza apostólica» y la imitación de Cristo, que los franciscanos predicaban entre los pobres, fueran tan importantes. Cuando, tras décadas de éxito, la orden franciscana se enriqueció a su vez y comenzó a interpretar el voto de «pobreza apostólica» como un «estado espiritual interior», los franciscanos espirituales abandonaron la orden para regresar a la ortodoxia fundacional. El interés que presentan para el origen del concepto de raza reside en su asimilación de las ideas
joaquinitas y en su influencia posterior, a finales del siglo XV, sobre Cristóbal Colón. Los diarios de Colón y el Libro de las profecías contienen unas pretensiones mesiánicas del máximo calibre. Las profecías de Joaquín de Fiore se infiltraron en la ideología de la conquista española del Nuevo Mundo a través de Cristóbal Colón.

Antes de 1492, Colón vivió durante varios años con los franciscanos del monasterio de La Rábida, cerca de Huelva. A pesar de que la idea no era en modo alguno exclusiva de Joaquín, estos franciscanos compartían la concepción general de Cruzada de finales de la Baja Edad Media, según la cual la reconquista de Jerusalén y de Tierra Santa,
liberadas de los musulmanes, inauguraría el milenio. La idea de unificar el mundo bajo la Cristiandad occidental ya había inspirado las misiones franciscanas enviadas al Gran Khan durante el siglo XIII con el fin de convertir a China a la cruzada contra el Islam. En el siglo XIV, una guía de navegantes llamada el Atlas Catalán mostraba a «Etiopía» (es decir, África) bajo el dominio del legendario monarca negro Preste Juan,
que, al ser cristiano y de habérsele podido encontrar, hubiera sido otro aliado potencial contra los musulmanes. En parte, las expediciones portuguesas a lo largo de la costa africana a partir de 1415 estuvieron inspiradas por una misión para reclutar al Preste Juan para una cruzada semejante. Colón concibió sus propias expediciones como un intento de llegar hasta la corte del Gran Khan con el mismo objetivo, y llevó
consigo a un marino que hablaba fluidamente árabe y hebreo (árabe para la corte china y hebreo para las Tribus Perdidas de Israel, que supuestamente vivían en Asia). Es posible que Colón hubiera oído hablar de una profecía, atribuida a Joaquín de Fiore y habitual entre los franciscanos españoles, según la cual el hombre que iba a reconquistar Tierra Santa vendría de España. De hecho, hizo uso del apócrifo bíblico de Esdras para apoyar su afirmación de que se podía llegar fácilmente a Asia navegando hacia el oeste. En el transcurso de su tercer viaje, al llegar a la desembocadura del río Pernambuco, situada en la actual costa de Venezuela, Colón informa de que un río tan grande tiene que ser uno de los cuatro ríos del Jardín del Edén, y se declara convencido de que el paraíso terrenal se halla en las inmediaciones.
Está claro, por tanto, que las ideas mesiánicas de Joaquín de Fiore y Colón proceden, por decirlo con delicadeza, de una «cosmología» distinta a la nuestra. Ahora bien, para poder apreciar lo que eso implica para la aparición de la idea de raza, hay que examinar su trasfondo histórico. Durante el siglo XI, justo antes de que el Occidente medieval se embarcase en las Cruzadas en un intento de arrebatarles Tierra Santa a los musulmanes, solo un observador muy osado se hubiera atrevido a pronosticar el ascenso de Occidente a la hegemonía mundial. Occidente vivía a la sombra de la civilización islámica que, en el Mediterráneo occidental, el norte de África y España, estaba llegando en ese momento a su apogeo y en otros lugares continuaba expandiéndose vigorosamente, así como de Bizancio (el Oriente cristiano ortodoxo), del que podría decirse que era heredero de la
Antigüedad grecorromana en mucha mayor medida que la semibárbara Europa occidental. Estas civilizaciones, a su vez, vivían a la sombra de la China de los Sung. Ahora bien, el Occidente medieval del siglo XI ya estaba en vías de recuperarse y emprender una expansión social, económica y cultural que no tardaría en causarle serios problemas a sus rivales más poderosos. Dicha recuperación continuó hasta finales del siglo XIII, cuando el sistema de comercio mundial ya unía a Venecia,
Barcelona, Flandes y la región báltica con Oriente Medio, India y China. A comienzos del siglo XIV, sin embargo, el Occidente medieval (como gran parte del resto del mundo) se hallaba inmerso en una crisis absoluta que culminó en la Peste Negra de 1348-1349, de la que le costó más de un siglo recuperarse. Entre 1358 y 1381, durante
el período que siguió a la Peste Negra, se produjeron importantes levantamientos populares en Francia, Flandes e Inglaterra, que debilitaron (o, como en el caso inglés, destruyeron)¹⁰ el viejo orden de la servidumbre. En Italia, el levantamiento de los Ciompi de Florencia en 1378 fue una rebelión protoproletaria. La crisis del siglo XIV dio lugar en Europa a un «interregno» en el que las instituciones del período medieval, el papado, el Sacro Imperio Romano y reinos
feudales como Francia e Inglaterra se hundieron en el caos y en guerras interminables, que duraron hasta la consolidación de los Estados absolutistas (ante todo en Inglaterra, Francia y España) en los siglos XVI y XVII. En ese interregno se instalaron el mesianismo tardomedieval, el milenarismo y la herejía. Tanto antes como mucho después de la crisis general del feudalismo, durante las grandes fases de expansión medieval de los siglos XII y XIII, Europa occidental atravesó por una serie de explosiones sociales que se prolongaron hasta mediados del siglo XVII. Entre esas herejías y movimientos milenaristas estuvieron los cátaros del sur de Francia en torno a 1146, los lolardos ingleses, los husitas bohemios de finales del siglo XIV y los anabaptistas de la Reforma alemana durante las décadas de 1520 y 1530, hasta llegar a las sectas radicales de la Revolución inglesa durante la década de 1640. Las ideas joaquinitas de la «tercera era» que superaría a la Iglesia fueron solo una de las fuentes teológicas de estos movimientos. La Revolución inglesa, que alcanzó su fase más radical en 1648-1649, fue la última gran insurrección en la que dichas ideologías desempeñaron un papel. Representantes de la izquierda radical del movimiento, como el Digger Winstanley, consideraban la propiedad privada como la consecuencia de la expulsión del paraíso, y formularon
una suerte de comunismo cristiano para superar la Caída.

La Revolución inglesa fue el último acto de la Reforma, y su ala radical¹¹, los niveladores, los Diggers, los muggletonianos, los Divagadores y los Hombres de la Quinta Monarquía, fue el último movimiento social en el que las ideas adánicas de superación de la caída estuvieron en primer plano. A partir de entonces, el advenimiento de la sociedad capitalista se revistió cada vez más con el nuevo ropaje secular de la Ilustración, que empezó a arraigar durante la década de 1670¹². La segunda revolución, la «Gloriosa» de 1688-1689, coincidió con una enorme intensificación de la participación inglesa en la nueva economía del Atlántico esclavista. Antes de la toma de Jamaica en 1655, la presencia de Inglaterra en el Nuevo Mundo estaba eclipsada por la de España y Portugal, y se reducía a Barbados, San Cristóbal y algunas islas menores, así como a las nuevas colonias norteamericanas (en una época en la que el Caribe era una joya económica mucho mayor, como siguió siendo hasta bien entrado el siglo XVIII). Solo un cuarto de siglo después de que Cromwell eliminara al ala radical de la revolución inglesa, la idea de raza, y la de la Ilustración en general, ocuparon el espacio dejado por el reflujo de la utopía milenarista. Aquí es donde constatamos la desaparición definitiva, en torno a 1675, de la imaginación herética y de su programa social. Con la consolidación de la monarquía constitucional inglesa, tras la consolidación del absolutismo francés, tocó a su fin el «interregno» postmedieval, en el que los movimientos sociales radicales, desde los cátaros, pasando por los lolardos y los husitas y llegando hasta los anabaptistas y los Diggers, todavía podían hablar el lenguaje de la religión. Este proceso terminó en el preciso momento en que Inglaterra y Francia, países ilustrados por excelencia, comenzaron a superar a España y Portugal en el comercio esclavista atlántico. Para comprender mejor qué fue lo que desplazó la Ilustración, hay que escrutar de cerca el mundo ideológico que engendró a Cristóbal Colón y al Imperio mundial español.

La «raza», entendida como conciencia de la sangre —idea desconocida en la Antigüedad y la Edad Media¹³—, aparece por vez primera como un fenómeno nuevo en el antisemitismo español del siglo XV, pero inmersa aún en la antigua cosmología de cristianos, judíos, musulmanes y paganos¹⁴; después emigró al Nuevo Mundo con la subyugación de la población americana nativa («pagana») por los españoles (y con
las acciones ulteriores de la Inquisición contra los judíos, tanto en España como en el Nuevo Mundo). Ciento cincuenta años después, volvió a emigrar al recién creado Imperio británico, que por aquel entonces estaba recogiendo los fragmentos de la decadencia del poderío español (en parte, haciéndose pasar por una alternativa humanitaria a la creencia ampliamente extendida —y en no poca medida fundada—en la «leyenda negra» de la crueldad española). Como ya he señalado, durante la segunda mitad del siglo XVII, tras la derrota del ala radical de la revolución inglesa, el triunfo de la revolución científica (representada ante todo por Newton, y teorizada en política por Hobbes), el pujante comercio de esclavos británico y la revolución de 1688, este proceso desembocó en la nueva idea de la raza. El colapso de la noción de Adán¹⁵ como antepasado común de todos los seres humanos fue un efecto colateral involuntario de la crítica ilustrada de la religión, que apuntaba ante todo al poder
social de la Iglesia, y tras las guerras de religión de los siglos XVI y XVII, contra la religión en general. No obstante, también fue el imprescindible preludio «epistemológico» de la aparición, durante el último cuarto del siglo XVII, de una jerarquía racial basada en el color. Locke expulsó a Habacuc, como dijo Marx, y Hobbes expulsó a Shem, Ham y Jafet¹⁶. En la fase menguante de los más de doscientos años de dominación angloamericana del capitalismo mundial, resulta fácil olvidar que Inglaterra se incorporó relativamente tarde a los quinientos años de hegemonía occidental, como también lo es olvidar la relevancia de ese estatus de advenedizo en lo que a la ideología se refiere. El impulso, condicionado por la Ilustración anglofrancesa, de pasar por alto el entrelazamiento de la Ilustración y el racismo, forma parte del mismo impulso que hoy en día resta importancia a la evolución preilustrada en España a la hora de conformar el mundo moderno.
La primera experiencia europea de protorracismo¹⁷ fue el resurgir del
antisemitismo tardomedieval allí donde en gran medida había remitido durante la Alta Edad Media (entre los siglos VI y XI). Inglaterra expulsó a sus judíos en 1290; Francia hizo lo propio en 1305 y España, donde los judíos habían prosperado durante siglos tanto bajo dominio cristiano como musulmán, lo hizo en 1492¹⁸. Es interesante señalar que este nuevo¹⁹ antisemitismo apareció al mismo tiempo que una incipiente conciencia nacional²⁰ y en vísperas²¹ de la crisis general del feudalismo; la acelerada transformación de los «reinos cristianos» en naciones erosionó la ciudadanía anterior y tolerada, de los judíos (y en España, también la de los musulmanes), basada en la identificación religiosa y a menudo asociada a una relativa autonomía administrativa
dentro de los confines del gueto. En los casos inglés, francés y español²² (los tres grandes países europeos que consolidaron sus monarquías nacionales a finales del siglo XIV y evolucionaron hacia regímenes absolutistas durante los siglos XVI y XVII), la expulsión de los judíos también sirvió en muchas ocasiones de pretexto para que unas monarquías muy endeudadas (a menudo con prestamistas judíos, dado que, al menos en teoría, los cristianos tenían prohibido cobrar intereses) confiscasen sus riquezas. En una Alemania y una Italia profundamente fragmentadas, por otra parte, donde la incipiente unificación nacional estaba bloqueada por el legado medieval del Sacro
Imperio Romano y el papado, la expulsión de los judíos fue un fenómeno local y esporádico, e Italia acogió a muchos judíos expulsados de España. Así pues, la correlación entre el antisemitismo y la nueva conciencia nacional (esta última, al igual que la raza, era algo desconocido en los mundos antiguo y medieval²³) es un motivo
convincente para considerar la aparición del racismo como un efecto colateral de la evolución renacentista²⁴. En la España del siglo XV, el antisemitismo pasó de ser un fenómeno «comunal» tardomedieval a una moderna ideología de la conciencia de sangre, y es en esto donde
reside la diferencia más clara entre el uno y la otra. Pero España (que en realidad siguió dividida entre los dos grandes reinos de Aragón y Castilla hasta 1469) estuvo inmersa durante siglos en una cruzada para reconquistar la Península ibérica de manos de los musulmanes que solo terminó con la caída de Granada en 1492. La Inquisición inició sus actividades en España en 1478, y sus objetivos fueron ante todo los judíos y los sospechosos de ser «marranos», es decir, judíos conversos o «cristianos nuevos» que seguían practicando clandestinamente sus antiguas costumbres. Fueron los llamados Reyes Católicos, Fernando e Isabel, los patrocinadores de Colón, quienes echaron los cimientos del Imperio español en el Nuevo Mundo. Sin embargo, en 1519, a través de su política matrimonial, el poderoso Imperio español se convirtió en el centro administrativo del mayor imperio occidental desde Roma, el
Sacro Imperio Romano de Carlos V, monarca de la casa de los Habsburgo. A las ya considerables posesiones españolas se sumaron los dominios de los Habsburgo en Europa central, así como los Países Bajos, y tras 1527, dos terceras partes de Italia quedaron bajo dominio español. En política europea, el imperio mundial de los Habsburgo era la potencia hegemónica, y se inmiscuía en los asuntos internos de
todos los países que no controlaba directamente (como Francia, Inglaterra y Escocia). Tras el matrimonio de Enrique VIII con Catalina de Aragón (tía de Carlos V) durante un breve período pareció que también podría integrarse a Inglaterra en la esfera de los
Habsburgo mediante alianzas dinásticas. Tras el matrimonio de Felipe II con María Tudor, reina de Inglaterra entre 1553 y 1558, esa posibilidad pareció aún más probable, y se plasmó sobre todo en un incremento exponencial de la persecución de los protestantes. A partir de 1492 y durante más de ciento cincuenta años, la política de poder
europea, comprendida ahí la política en el Nuevo Mundo, giró en torno a la rivalidad entre España y Francia, de la que finalmente, a mediados del siglo XVII, salió victoriosa esta última. Aquí apenas podemos esbozar esta historia, pero hay que tener en cuenta que Inglaterra, en 1492 y hasta mucho más tarde, era una potencia de segundo orden
que estaba atravesando la transformación social que culminó, después de 1688, en el derrocamiento del absolutismo, y no emprendió su edificación imperial de forma seria hasta la década de 1650, tras el reflujo de la revolución. La historia de las relaciones entre España e Inglaterra, a partir de 1530 en adelante, estuvo inextricablemente
mezclada con la política internacional de la Reforma protestante (que influía constantemente en política interior), y hasta el siglo XVII siguió siendo la historia de los esfuerzos de Inglaterra por escapar de la órbita del Imperio español. Monarcas católicos como María Tudor (1553-1558) y los Estuardo a partir de 1603, fueron considerados «españoles» y «papistas»²⁵ y se convirtieron por ese motivo en blancos del resentimiento popular. Inglaterra atacó el comercio marítimo español, envió misiones en busca del misterioso Pasaje Noroeste a Asia²⁶ (y como consecuencia comenzó a comerciar en serio en el Báltico y con Rusia), ayudó a la rebelión holandesa contra España a partir de 1566 y rechazó a la Armada de Felipe II en 1588, pero se las arregló para no verse involucrada en las guerras franco-españolas en el continente
europeo, y solo tras emerger de la primera fase de su revolución (1640-1649) osó entrometerse en la lucha por fundar imperios tras la represión masiva en Irlanda, sus tres guerras exitosas contra los holandeses y la toma de Jamaica. Así pues, Inglaterra no fue una seria amenaza para el poder español (y holandés) en el Nuevo Mundo y el
comercio de esclavos hasta mediados del siglo XVII, tras las turbulencias de su (primera) revolución, cuando el comercio de esclavos, aunque considerable, representaba solo una cuarta parte del volumen que llegaría a alcanzar en el siglo XVIII, bajo hegemonía anglofrancesa²⁷. Inglaterra solo se sintió segura ante la injerencia
española y «papista» en su política interna tras el derrocamiento de los Estuardo en 1688 (para entonces Francia ya había desbancado a España como principal potencia católica) y los éxitos ingleses en la Guerra de los Nueve Años (1689-1697) y la Guerra de Sucesión Española (1701-1713), que se libró para impedir que se constituyera una dinastía franco-española y católica bajo el control de Luis XIV²⁸.
Este conflicto anglohispano, que se solapa con las guerras de la Reforma y de la Contrarreforma, con la derrota final del absolutismo inglés, y con la rivalidad inglesa, francesa, holandesa y española por la hegemonía mundial, es el que «medió» entre la aparición de las primeras ideas de pureza y conciencia de sangre en el antisemitismo
español del siglo XV y su extensión a los habitantes del Nuevo Mundo, y la articulación plena de una teoría racial en la Ilustración anglofrancesa. Es a través de esta historia que los judíos, los indios y los africanos se convierten en los «Otros» sucesivos en el desarrollo pleno de una doctrina racial occidental. La expulsión de los judíos de España en 1492 dio lugar a una diáspora judía masiva en Portugal²⁹, el norte de África, Italia, los Países Bajos, el Imperio Otomano y, a la larga, en el Nuevo Mundo³⁰. Pero de cara al asunto que aquí nos concierne, fue aún más relevante la conversión a gran escala de judíos en «cristianos nuevos», que les permitió permanecer en España y Portugal donde seguían siendo vulnerables a la Inquisición y las leyes de pureza de sangre³¹. Los cristianos nuevos, por tanto, no solo
llegaron al Nuevo Mundo a través de distintas órdenes monásticas, como los franciscanos, los dominicos y los jesuitas, sino que seguramente participaron en la mayor parte de la alta cultura española del Siglo de Oro (siglo XVI)³². Por último, en las utopías comunistas cristianas que algunas órdenes religiosas, sobre todo los
franciscanos³³, intentaron poner en práctica en el Nuevo Mundo con los pueblos indígenas subyugados por los imperios español y portugués, se filtraron ideas mesiánicas judías, mezcladas con corrientes como el milenarismo joaquinita antes mencionado. La más conocida de esas órdenes fue la de los franciscanos espirituales
en México, cuyos miembros llegaron a la conclusión de que Europa era demasiado decadente para su ideal de «pobreza apostólica», aprendieron nahautl y planearon una utopía comunista con los indios, hasta que la Iglesia los descubrió y los reprimió³⁴, pero los jesuitas defendieron o pusieron en práctica utopías mesiánicas semejantes en Perú y en el Paraguay, o en los sermones proféticos del jesuita Antonio
Vieira en Brasil³⁵.

No hay que idealizar a estas corrientes ni exagerar su peso en los imperios coloniales español y portugués, aunque tampoco debería juzgárselas según los anacrónicos criterios del presente. Todas ellas fueron aplastadas, derrotadas o marginadas debido a la oposición de las elites coloniales locales, que no tenían el menor escrúpulo en materia de masacres y trabajo forzado³⁶. No cuestionaron la evangelización del Nuevo Mundo, ni los propios imperios, ni que el cristianismo fuera
la única Verdad, y pocas pensaron que tenían algo que aprender de las cosmologías indígenas³⁷. En el siglo XVI, nadie, perteneciera al mundo cristiano o al mundo musulmán mediterráneo, donde la esclavitud se había practicado durante siglos (sin código de color), cuestionaba la esclavitud como institución³⁸, y estas corrientes no fueron una excepción. Buscaron el apoyo de los monarcas para poner coto a la crueldad de las elites locales, y cuando lo obtuvieron, en la práctica y en gran medida, ese apoyo siguió siendo letra muerta. Lo que aquí nos importa es que sus utopías mesiánicas incluían a indios y a africanos y que su etnocentrismo era universalista en el sentido monoteísta medieval de cristiano/judío/musulmán frente a pagano, y aún no era una doctrina racial. La creencia de que los habitantes del Nuevo Mundo descendían de las Tribus Perdidas de Israel representó una transición importante entre la era del dominio español y portugués en el siglo XVI y la consolidación de los imperios noreuropeos (inglés, francés y holandés) y el control del comercio de esclavos durante el siglo XVII.

Aquí es donde surge el vínculo entre la expulsión española de los judíos, la diáspora de estos y de los cristianos nuevos en distintos proyectos en el Nuevo Mundo y la aparición posterior de la doctrina ilustrada de la raza. El encuentro con el Nuevo Mundo a partir de 1492 trastornó la cultura europea tan profundamente, si no más, de lo que lo hizo la revolución copernicana a partir de 1543. La avalancha de cosmografías, narraciones de viajes, nuevas plantas y animales,
y sobre todo, de pueblos y culturas hasta entonces desconocidos, amplió las puertas de la percepción hasta más allá del punto de ruptura. Europa tenía nociones, por fantásticas que fueran, acerca de civilizaciones del Viejo Mundo como el Islam, la India y China; también tenía nociones, por fantásticas que fueran, acerca del Antiguo
Egipto y de los imperios de Alejandro y de los Césares; dentro de sus propios confines vivían celtas, eslavos y otros pueblos cuya existencia convergía con varias ideas actuales acerca de lo «primitivo». Incluso el encuentro con pueblos como los azteca, los maya y los incas, por exóticos que pudieran haber parecido³⁹, siguió sin poner en
entredicho un concepto de «civilización» que conocían a partir de su experiencia del Viejo Mundo. Ahora bien, nada de lo que pudieron encontrar en la tradición les preparó del todo para el encuentro con «primitivos» y «pueblos sin Estado», en el Caribe, el Amazonas o luego en Norteamérica. A fin de localizar a esos pueblos para sí mismos, solo podían apoyarse en el legado de las dos corrientes del clasicismo
grecorromano y el monoteísmo judeocristiano. Colón, como antes he indicado, supo que se encontraba cerca del jardín del Edén cuando llegó a la desembocadura del Pernambuco en 1498, y los europeos debatieron durante más de ciento cincuenta años sobre si los pueblos del Nuevo Mundo eran las Tribus Perdidas de Israel, los descendientes de Ham, los canaanitas, los habitantes de la Ofir bíblica, los descendientes de una expedición fenicia, los supervivientes de la Atlántida, los descendientes de Gog y de Magog, o los pueblos de Avalon, la isla del rey Arturo⁴⁰. Durante un siglo y medio antes de los descubrimientos, el Renacimiento explotó el inmenso filón del legado perdido, o semienterrado, de la Antigüedad clásica; las corrientes heréticas que despejaron el camino para la Reforma habían resucitado la idea (contra todo el peso de la Iglesia) de la «comunidad originaria» y la «pobreza apostólica» de Cristo y sus discípulos, y esta masa de memoria cultural salió a la superficie, como una catedral hundida, justo a tiempo para suscitar la «imaginación» necesaria para el encuentro con un continente hasta entonces desconocido. Cuando, ciento cincuenta años después, las nuevas herramientas de la crítica racional y científica decidieron la batalla entre «los antiguos y los modernos» a favor de estos últimos y destruyeron el marco epistemológico legado por la tradición, Occidente pudo inventar la idea pseudocientífica de la raza.
La teoría de que los habitantes del Nuevo Mundo descendían de las Tribus Perdidas de Israel es, una vez más, el eslabón entre el antisemitismo hispano y los primeros balbuceos de la teoría racial en los imperios mundiales inglés, francés y holandés del siglo XVII. Europa conocía la experiencia histórica de los africanos; la nueva teoría racial surgió por primera vez del debate sobre los indios. La teoría de las Tribus Perdidas fue formulada por vez primera por varios autores españoles que escribieron sobre el Nuevo Mundo en el siglo XVI, y, como ya he indicado, los paralelismos de la cultura azteca con el Antiguo Testamento asombraron a algunos de los cristianos nuevos franciscanos⁴¹. Sin embargo, la primera vez que la teoría causó
revuelo fue cuando el rabino de Ámsterdam Menasseh ben Israel (marrano y maestro de Spinoza) la sistematizó en su libro de 1650, Esperanza de Israel.

El libro de Menasseh narra la historia de un viajero judío en Sudamérica, que había quedado convencido de que la lengua de su guía indio contenía palabras hebreas y que dedujo de la conversación que «una tribu perdida de israelitas seguía habitando las tierras altas de Sudamérica»⁴², y por tanto fue a conocerlos. El viajero contó su historia a Menasseh ben Israel tras regresar en 1648 a Ámsterdam, donde su vertiente mesiánica encajó con el ambiente apocalíptico del final de la Guerra de los Treinta Años, la fase más radical de la Revolución inglesa (cuando los hombres de la Quinta Monarquía se hallaban en el apogeo de su influencia) y un pogrom masivo contra los judíos en Ucrania⁴³. Cromwell se enteró de la existencia del libro de
Menasseh, y se encontró con el en 1655 para considerar la posibilidad de readmitir a los judíos en Inglaterra⁴⁴, cosa que comenzó a hacerse al año siguiente. Sin embargo, el mismo año en que Menasseh se encontró con Cromwell apareció en Europa otro libro que dejó huella en la primera fase del debate preilustrado sobre los pueblos del Nuevo Mundo. Se trataba del Pre-Adamitae de Isaac La Peyrère⁴⁵. Recurriendo a los métodos más avanzados de la nueva exégesis bíblica, el libro de La Peyrère se apoyaba en inconsistencias internas de las Escrituras para argumentar que la propia Biblia demuestra que hubo seres humanos anteriores a Adán. Para La Peyrère aquello suponía derrocar la explicación monogenista de la Biblia sobre el origen de la humanidad (y por tanto de los pueblos del Nuevo Mundo) y demostrar la veracidad de una visión poligenista de orígenes múltiples. El libro de La Peyrère fue denunciado en toda Europa por católicos, protestantes y judíos. (Nadie osó defenderlo públicamente hasta Voltaire, un siglo más tarde, y la suya siguió siendo una voz aislada). Algunos meses después de la aparición de Pre-Adamitae, La Peyrère fue arrestado y amenazado con los más graves castigos, por lo que tuvo que convertirse al catolicismo y acudir a Roma a disculparse en persona ante el Papa para que le perdonaran⁴⁶. Con todo, el libro gozó de popularidad en los medios radicales de la época, caso de los restos del ala izquierda derrotada de la revolución inglesa. Como muchos otros, el Digger Gerard Winstanley encontró en Pre-Adamitae un punto de apoyo para una lectura completamente alegórica de la Biblia⁴⁷. Para mediados del siglo XVII, el libro de La Peyrère era una crítica bíblica muy radical y muy atrevida, que consideraba que todos los pueblos, adamitas y preadamitas, se salvarían gracias a la reconquista mesiánica de Jerusalén. Sin embargo, otros se apoyaron en su demolición de la autoridad del relato monogenista de las Escrituras para justificar el incipiente código de color racista. En 1680, en Virginia, el pastor Morgan Godwin, en una obra titulada Negro’s and Indians Advocate,
polemizó contra individuos que en las colonias norteamericanas estaban empleando argumentos poligenistas influenciados por La Peyrère para negar que los negros e indios fueran seres humanos. En 1774, en su Historia de Jamaica, Edward Long empleó la teoría poligenista con ese fin precisamente. En 1844, el científico alemán Alexander von Hulmboldt sostuvo en el primer volumen de su libro Kosmos que había que defender la teoría monogenista frente a todas las pruebas en sentido contrario «como la forma segura de evitar clasificar a los pueblos en superiores e inferiores». Al llegar la década de 1650, la muerte de Adán, junto con la derrota de los radicales ingleses, había cerrado el ciclo joaquinita y puesto fin al debate iniciado en
1492. El triunfo de los modernos sobre los antiguos hizo estallar los modelos y el marco epistemológico del clasicismo grecorromano y del mesianismo judeocristiano, ya fuese para interpretar a los pueblos o para interpretar el movimiento de los cuerpos en el espacio. El epicentro de Occidente era ahora la rivalidad anglofrancesa por el
imperio mundial. Comenzó la primera fase de la economía política, y uno de sus primeros practicantes, sir William Petty, escribió el primer tratado que proponía una jerarquía de razas, The Scale of Creatures (1676). Petty dio palos a ciegas en busca de una definición de un «estado intermedio» entre el hombre y el animal en el que pudiera situar al «salvaje»: «Del hombre parecen existir varias especies, por no hablar de gigantes y pigmeos o de esa clase de pequeños hombres que apenas hablan… pues de estas clases de hombres no me atrevo a decir nada salvo que es muy posible que existan razas y generaciones de tales⁴⁸ …existen otras [diferencias- L. G.] más considerables, esto es, entre los negros de Guinea y los centroeuropeos, y entre los mismos negros, entre los de Guinea y los que viven en los alrededores del Cabo de Buena Esperanza, siendo estos últimos los más cercanos a las bestias de todas las clases de hombres con los que nuestros viajeros están bien familiarizados. Digo que los europeos no solo difieren de los africanos antes mencionados por su color… sino también… en sus modales naturales y en las cualidades internas de sus mentes.»⁴⁹
Tales fueron las extrapolaciones imprevistas de la crítica bíblica radical de La Peyrère. He aquí a uno de los fundadores de la economía política inaugurando también una jerarquía racial universal sin precedentes basada en el color. Un personaje verdaderamente moderno. A partir de entonces y a medida que el comercio de esclavos atlántico fue creciendo de forma exponencial hasta llegar a su apogeo en el
siglo XVIII, se impondría la cosmovisión naturalista de la Ilustración, tristemente ligada en muchos casos a dicho marco epistemológico⁵⁰. El indio del Nuevo Mundo ya no era un posible descendiente de las Tribus Perdidas de Israel, sino que más bien, como decían los puritanos, «Satanás había poseído al indio hasta convertirlo prácticamente en una bestia». Donde antes estuvo el reino del Preste Juan, ahora solo estaban la costa de Guinea, el golfo de Benín y el Pasaje del Medio.
A partir de entonces pudo inventarse el concepto de raza⁵¹.

 

¹-Este artículo se publicará en dos partes. La primera tratará sobre la aparición inicial de las ideas racistas, plasmada en las leyes españolas de «pureza de sangre» y la expulsión de los judíos y musulmanes tras 1492, así como sobre el período de transición, que llega hasta la década de 1650, en el que los europeos debatieron sobre si los pueblos del Nuevo Mundo descendían o no de las Tribus Perdidas de Israel; la segunda parte, que se publicará en el próximo número de Race Traitor, tratará
sobre la aparición del concepto de raza propiamente dicho a partir de la década de 1670, durante la primera fase de la Ilustración anglofrancesa.

²-Por poner un solo ejemplo, pese a ser el más importante junto con el de la leyenda del Preste Juan (cfr. infra): el del Mago/Rey negro en las representaciones de la Navidad. «Que en 1470 el magus africano hubiera sido adoptado en todas las regiones alemanas es algo extraordinario en sí mismo. Pero resulta más extraordinario aún que se apropiaran del Rey Negro todas las demás escuelas artísticas importantes de Europa Occidental, a veces de forma casi inmediata, y en torno a 1510 como máximo.» (P. Kaplan, The Rise of the Black Magus in Western Art, Ann Arbor, 1985), pág. 112. Este punto de vista se basa en la presencia de negros en la corte del siglo XIII de Federico II (Hohenstaufen), el último emperador importante del Sacro Imperio Romano: «En la corte de Federico la actitud acogedora dispensada a los negros no fue una mera idiosincrasia caprichosa, sino una forma de dejar patente que los Hohenstaufen aspiraban a una soberanía imperial universal que abarcase a «las dos Etiopías, el país de los moros negros, el país de los partos, Siria, Persia… Arabia, Caldea e incluso Egipto.» (Ibíd. pág. 10) Puede que estas pretensiones imperiales parezcan irrisorias, y sin duda forman parte de la ideología de cruzada, pero demuestran que el universalismo del Sacro Imperio Romano se
dirigía a los cristianos, no a una inexistente categoría de «blancos».

³-Decir esto no supone insinuar que los habitantes de la «cristiandad occidental» (concepto más apropiado que el de Europa para la época medieval) no encontrasen periódicamente toda clase de motivos para odiar, matar y oprimir a judíos, musulmanes y «paganos»; solo quiere decir que la división del mundo entre cristianos y no-cristianos era religiosa y no racial. En la España medieval, por ejemplo, (uno de los casos más significativos, durante siglos, de convivencia entre los tres
monoteísmos y también el primer país en el que surgió el protorracismo durante el Renacimiento) los cristianos y los musulmanes se convertían a menudo de una religión a otra según fluctuaban las líneas del frente. En el transcurso de una o dos generaciones, los musulmanes esclavizados por cristianos durante las guerras de reconquista podían convertirse en siervos (C. Verlinden, L’esclavage dans l’Europe mediévale, Gante 1955, pág. 139ss.). En la Península ibérica el paso de la esclavitud a la servidumbre variaba mucho de un sitio a otro, pero en todas partes dependía del equilibrio de fuerzas entre los señores cristianos y sus siervos, no de criterio racial alguno.

⁴-N. Cohn esboza brevemente las ideas de Joaquín en The Pursuit of the Millennium, Oxford, 1983, págs. 108-110 [En pos del milenio, Alianza Editorial, 1997, trad. Ramón Alix Busquets]. Para un tratamiento más a fondo, cfr. M. Reeves, Joachim di Fiore (Nueva York, 1977). (El pensamiento de Joaquín también se anticipó a algunos de los desgraciados ideólogos futuristas del difunto bloque soviético, cuyas visiones cibernéticas del comunismo integral les trajeron complicaciones por olvidarse de incluir en ellas el papel dirigente del Partido).

⁵-La historia de la leyenda del Preste Juan la cuenta R. Sanders en Lost Tribes and Promised Lands, (Boston, 1978) cáp. 3.

⁶-A. Milhou menciona esta profecía en Colón y su mentalidad mesiánica (Valladolid, 1983), pág. 217.

⁷-La carta de Colón informando de la proximidad del paraíso citada en V. Flint, The Imaginative Landscape of Christopher Columbus (Princeton, 1992), pág. 149ss.

⁸-J. Abu Lughod, al margen de los problemas que suscita su idea de lo que constituye el capitalismo, esboza esta oikoumene mundial en Before European Hegemony. The World System A.D. 1250-1350 (Oxford, 1989).

⁹-No suele reconocerse que el desmoronamiento del mundo medieval europeo, de Oriente Medio, de la India y de China, fueron fenómenos relativamente simultáneos, acompañados en todas partes, desde Japón hasta Polonia, por la irrupción de los mogoles y de la Peste Negra durante los siglos XIII y XIV. De las cuatro grandes civilizaciones del Viejo Mundo, la que menos sufrió a raíz de las invasiones mogolas fue Europa Occidental. (Abu Lughod).

¹⁰-En The Brenner Debate (Londres 1985) R. Hilton, (ed.) describe el impacto de las revueltas agrarias del siglo XIV sobre el final de la servidumbre y el triunfo del trabajo asalariado en el campo inglés.

¹¹-Las muchas obras de Christopher Hill, como The World Turned Upside Down (Londres, 1987) [El mundo trastornado: el ideario popular extremista en la revolución inglesa, Siglo XXI, 1983, trad. M. Carmen Ruiz de Elvira], son la mejor introducción a estas corrientes. Cromwell and Communism, de Eduard Bernstein (Nueva York, 1963) es un viejo clásico escrito en 1895.

¹²-Los radicales fueron reprimidos y fueron extinguiéndose poco a poco durante la Commonwealth de Cromwell y a partir de la restauración de los Estuardo en 1660; solo se derrotó al absolutismo y se consolidó firmemente la monarquía constitucional con la «Gloriosa Revolución» de 1688, tras lo cual «Locke expulsó a Habacuc» (como señaló Marx en el Dieciocho de Brumario, refiriéndose al eclipse de la
religión en la ideología burguesa). En las exposiciones habituales de la Ilustración no se suele indicar que el comercio de esclavos británico en el Nuevo Mundo también aumentó de forma exponencial tras la «Gloriosa Revolución» de 1688, que suele citarse como el comienzo de la Ilustración inglesa. En fecha tan tardía como la década de 1680, la Royal African Company, el monopolio gubernamental del comercio de esclavos (de cuya junta directiva era miembro John Locke) transportaba
aproximadamente cinco mil esclavos al año, mientras que en los primeros nueve años posteriores a 1688, solo por Bristol pasaron 161.000 (E. Williams, Capitalism and Slavery, Nueva York, 1980, pág. 32).

¹³-Considerar las actitudes griegas, romanas, musulmanas o chinas hacia el «Otro» en las épocas antigua y medieval como «racistas» es un error y un anacronismo. Para los antiguos griegos, «bárbaro» era alguien que no formaba parte de una polis; también los romanos, a lo largo y ancho de un enorme imperio, se consideraban a sí mismos ciudadanos de una ciudad, y consideraban «otros» a los que no lo eran (J. A. Armstrong, Nations Before Nationalism, UNC Pr. 1982, pág. 134). En Blacks in Anquity, Cambridge, 1970, cap. VIII, F. M. Snowden documenta la ausencia de «prejuicios de color» entre los griegos y los romanos. Una demostración más reciente y más contundente de que la idea de raza es una invención moderna la podemos encontrar en I. Hannaford, Race: The History of an Idea in the West (Baltimore, 1996). «En Grecia y Roma, la idea organizadora de la raza estuvo ausente mientras floreció la idea política de reconciliar las volátiles relaciones de sangre (parentesco)… con las exigencias de conjunto de la comunidad.» (pág. 14).

¹⁴-La abundancia de conversiones y de matrimonios mixtos convirtió la «pureza de sangre» en elemento necesario para distinguir entre cristianos «viejos» y «nuevos», ya que estos últimos eran judíos conversos.

¹⁵-J. Greene, en The Death of Adam, (Ames, 1959), págs. 39-54, describe algunos de los debates científicos en la geología y la paleontología de finales del siglo XVII que pusieron en entredicho las cronologías bíblicas; una opinión parecida en P. Rossi, The Dark Abyss of Time, (Chicago, 1984), sobre todo el cap. 36.

¹⁶-Estos últimos eran los hijos de Noé, de los que presuntamente descendieron los diferentes grupos de la humanidad tras el Diluvio.

¹⁷-Decimos «protorracismo» porque, incluso cuando en torno a 1450 comenzó a ponerse en práctica en España una noción específica de «pureza de sangre» (limpieza de sangre) subyacente a una idea de «pureza de casta (cristiana)» (lo castizo), el objetivo seguía siendo distinguir entre cristianos y judíos, y por tanto seguía inmersa en concepciones comunales medievales más antiguas. No obstante, la Inquisición, que solo reconocía como «castizos» a quienes pudieran demostrar que no habían tenido antepasados judíos durante tres generaciones, se anticipó así a las leyes nazis de Nuremberg en casi quinientos años.

¹⁸-Tras la conquista definitiva del reino musulmán de Granada, España también expulsó a muchos musulmanes. Los que se quedaron, los llamados moriscos, fueron expulsados entre 1568 y 1609. Antes del final del siglo XIV y el fin de la «convivencia», los reyes españoles se referían a sí mismos como los «reyes de las tres religiones» (cfr. S. Sharot, Messianism, Mysticism, and Magic Chapel Hill, 1982, pág 72). Sobre la hipótesis clásica de España como producto de la mezcla de las «tres castas» cfr. A. Castro, The Spaniards, Berkeley, 1971, cap. III. [España en su historia: cristianos, moros y judíos, Crítica, 2001]

¹⁹-Este antisemitismo del siglo XV era «nuevo» con respecto al antisemitismo del mundo medieval porque se apoyaba en una nueva definición biológica de pureza racial desconocida hasta entonces.

²⁰-Según Yves Renouard, «…las líneas divisorias que determinan hasta el día de hoy las fronteras de Francia, Inglaterra y España se establecieron de forma más o menos definitiva a través de una serie de
batallas que tuvieron lugar entre 1212 y 1214.» (citado en I. Wallerstein, The Modern World System, vol. I, (Nueva York, 1974), pág. 32 [El moderno sistema mundial, Siglo XXI, 1999].

²¹-En Europa los primeros brotes de antisemitismo medieval a gran escala (por oposición al antisemitismo moderno) se produjeron al comienzo de las Cruzadas, en 1096, coincidiendo por tanto con una gran aceleración de la expansión europea a partir de su punto más bajo, que corresponde a los siglos IX y X. En 1348-1349, cuando en muchos lugares se culpó a los judíos del estallido de la Peste Negra, se produjeron brotes aún peores. (K. Stow, en Alienated Minority: The Jews of Medieval Latin Europe, Cambridge, 1992, cap. 11, debate la evolución del antisemitismo durante la Alta Edad Media.) Stow lo contrapone a la Baja Edad Media: «… el período medieval temprano siempre se ha considerado como políticamente favorable para los judíos… éstos tenían un estatus político claramente delimitado y estable, que solo comenzó a verse minado en siglos posteriores.» (Ibíd. pág. 43) La mayoría de los observadores fecha el comienzo de la desaceleración económica en la Baja Edad Media a principios del siglo XIV (cfr. por ejemplo G. Duby, L’économie rurale et la vie des campagnes dans l’Occident mediéval, París 1962, Vol. 2, parte 4.) [Economía rural y vida campesina en el occidente medieval, Eds. 62, 1991, trad. Jaime Torras Elías]

²²-En España el primer gran pogrom comenzó en Sevilla en 1391 y se extendió después a muchas otras ciudades. Las primeras leyes de pureza racial se promulgaron en 1449 y fueron aprobadas por el rey
en 1451. Los judíos fueron expulsados de España en 1492, el mismo año en que finalizó la Reconquista. Los que se convirtieron y se quedaron fueron perseguidos por la Inquisición, y a partir de 1555 se
requerían pruebas de pureza de sangre para acceder a cargos públicos. Cfr. J. Gerber, The Jews of Spain (Nueva York, 1992), págs. 127-129. La «prehistoria» renacentista del racismo en España también en I.
Geiss, Geschichte des Rassismus, (Frankfurt, 1988), cap. III.

²³-La Antigüedad grecolatina dividía el mundo entre quienes pertenecían a la ciudad y quienes no; el mundo medieval, como ya he indicado, dividía el mundo entre creyentes (en uno de los tres monoteísmos) y «paganos».

²⁴-Como dice Hannaford: «La palabra “raza” ingresó en las lenguas occidentales entre la expulsión de los judíos y los moros de España y la llegada del primer negro a las colonias norteamericanas en 1619.» (op. cit. pág. 147)

²⁵-La resistencia inglesa frente a las principales potencias católicas, primero la España de los Habsburgo y luego la Francia de Luis XIV, fue la primera línea de defensa protestante a partir de 1558,
cuando la supervivencia del protestantismo frente a la Contrarreforma era más que incierta; tan arraigada estaba la hostilidad al catolicismo en la cultura popular inglesa, que tres siglos después seguía viva en el movimiento estadounidense anti-immigrantes (fundamentalmente anti-irlandés) «Know Nothing» de la década de 1850.

²⁶-P. Hoffman narra en A New Andalucia and a Way to the Orient (LSU Pr. 1990) las primeras incursiones (siglo XVI) inglesas y francesas en el Imperio español, en busca de un pasaje a Asia que les permitiera
sortear los dominios españoles, en una época en que tanto Inglaterra como Francia apenas tenían capacidad para algo más que misiones de exploración y establecer colonias efímeras y fallidas.

²⁷-A. M. Pescatello, (ed.) The African in Latin America, (Nueva York, 1975), págs. 47-48 da cifras sobre el comercio de esclavos del Nuevo Mundo entre los siglos XVI y XIX, desglosadas por potencia colonial y
por siglo. Estas cifras muestran cómo en el siglo XVII España transportó al Nuevo Mundo a 292.500 esclavos, mientras que Gran Bretaña transportó 263.000 a sus colonias (caribeñas); en el siglo XVIII, es decir, tras la Gloriosa Revolución (cfr. tercera nota a pie) y en plena Ilustración, los cargamentos de esclavos rumbo a las colonias británicas de Norteamérica y el Caribe se multiplicaron por nueve, hasta alcanzar la cifra de casi 1,8 millones, mientras que la proporción española solo se duplicó. P. Curtin ha demostrado la mayor relevancia económica del Caribe, en comparación con Norteamérica, en The Atlantic Slave Trade: A Census, (Madison 1969), pág. 134; en fecha tan tardía como el estallido de la revolución estadounidense, Jamaica y Barbados absorbían alrededor del cincuenta por ciento de todos los esclavos vendidos en las colonias británicas, mientras que las colonias del sur norteamericano absorbían solo un veinte.

²⁸-Hasta bien entrado el siglo XVIII, Francia siguió apoyando las tentativas de restaurar a los Estuardo, e Inglaterra tuvo que seguir librando grandes guerras, que adquirieron cada vez más el carácter de
guerras mundiales, en las que la rivalidad de ultramar con los imperios español y francés era una de las cuestiones fundamentales en liza. Uno de los aspectos de esa rivalidad fue el apoyo militar que tanto Francia como España ofrecieron a la rebelión de las colonias a partir de 1776. El imperio español en el Pacífico Noroeste seguía expandiéndose en fecha tan tardía como 1790, y tras la independencia estadounidense, Thomas Jefferson consideró que la reabsorción de los nuevos Estados Unidos por parte de España (que estuvo en posesión de Florida hasta 1820) era un peligro mayor que su reabsorción por Gran Bretaña.

²⁹-Se calcula que el número total de judíos expulsados de España oscila entre los ochocientos mil y los dos millones. Portugal los expulsó a su vez en 1497. Combinada con la expulsión de los musulmanes después de 1492, y la de los moriscos (los musulmanes que se quedaron en un principio) en 1609, la pérdida que eso supuso para la sociedad española fue uno de los principales factores de su posterior declive económico.

³⁰-A los judíos expulsados se les conocía como «marranos». Oficialmente, los únicos judíos que acudieron a las colonias de España y Portugal en el Nuevo Mundo fueron los llamados «conversos», o
cristianos nuevos, y la Inquisición comenzó a seguirles la pista allí en 1522. Otros judíos ibéricos (sefardíes) se trasladaron a los Países Bajos, y desde allí llegaron dos o tres generaciones después a las colonias holandesas del Nuevo Mundo.

³¹-H. Kamen, en Inquisition and Society in Spain (Bloomington, 1985), pág. 41 [La Inquisición española, Editorial Crítica 1988, trad. Gabriela Zayas], muestra que en las primeras décadas posteriores a 1492 la abrumadora mayoría de víctimas de la Inquisición eran antiguos «conversos» judíos, es decir, cristianos nuevos; la red se amplió en torno a 1530 para incluir a los sospechosos de «luteranismo», y algo más tarde, a los musulmanes (tabla estadística pág. 185).

³²-Existen indicios serios que apuntan a los orígenes «cristiano nuevos» de Vives, Vitoria, Luis de León, santa Teresa, san Juan de la Cruz, Góngora, Gracián, Cervantes y Las Casas. Acerca de los elementos
judíos y árabes en la obra de una de estas figuras, cfr. L. López Baralt, San Juan de la Cruz y el Islam, Ediciones Hiperión 1990.

³³-La concepción de la «pobreza apostólica» que tenían los franciscanos espirituales les preparó para ver en los habitantes del Nuevo Mundo a pueblos fáciles de conquistar para el cristianismo.

³⁴-La historia la cuenta J. L. Phelan en The Millennial Kingdom of the Franciscans in the New World, Berkeley, 1970. El impacto de las ideas joaquinitas en México también ha sido descrito por L. Weckmann en La herencia medieval de México, Vol. 1, México D. F. 1983, págs. 258-268.

³⁵-A. Flores Galindo, en Buscando un Inca: identidad y utopía en los Andes, Lima, 1988, describe la imbricación de las ideas mesiánicas tomadas de los jesuitas, entre los que figuraban cristianos nuevos, con la resistencia inca al dominio español. Apoyándose en el esquema apocalíptico de la historia de la profecía veterotestamentaria de Daniel, el jesuita Vieira (1608-1697) pronosticó un «quinto imperio» de «santos» encabezado por los portugueses, que recuerda a los hombres de la Quinta Monarquía de la revolución inglesa. De hecho, durante la década de 1640 Vieira estuvo tanto en París como en Londres.

³⁶-Pese a no formar parte directa de la tradición milenarista joaquinita, Bartolomé de las Casas (1474-1566) impugnó el trabajo forzado de los indios de forma más directa que los propios milenaristas. Las Casas fue un sacerdote (posiblemente de origen «cristiano nuevo») que durante más de diez años vivió en Cuba de la encomienda, un sistema de trabajo forzado indio, y que en 1514 se rebeló contra el sistema español en el Nuevo Mundo y dedicó el resto de su vida a luchar contra el. Regresó a España y trató de ganarse a la jerarquía eclesiástica para su proyecto de crear asociaciones de trabajo libre constituidas por españoles e indios. Su perspectiva estuvo viciada desde el principio por su propuesta de sustituir a los indios por esclavos africanos; si bien acabó repudiándola, solo lo hizo más tarde. Sus primeras tentativas fracasaron, y se retiró a un monasterio dominico donde pasó diez años afilando sus argumentos polémicos. Tras la conquista de México y de Perú, Las Casas regresó al Nuevo Mundo para seguir agitando contra la encomienda y escribir importantes obras sobre el sistema colonial y en
defensa de los indios. En 1542 el emperador Carlos V estableció un compromiso mediante las «Leyes Nuevas», que acabarían aboliendo gradualmente la encomienda, pero incluso ese compromiso desencadenó una rebelión de los colonos, que en Perú llegó a la revuelta armada. En tanto obispo de Chiapas, Las Casas se enfrentó a las elites españolas en el Nuevo Mundo y trató de forzar la aplicación de las «Leyes Nuevas», pero Carlos V las retiró para frenar la rebelión de los colonos. Las Casas dimitió y regresó a España de una vez por todas. Se lanzó a escribir, y en 1550-1551 se enfrentó a Ginés de Sepúlveda, en Salamanca y delante de Carlos V, en un debate sobre si los indios del Nuevo Mundo eran «esclavos por naturaleza» en el sentido de Aristóteles, y sobre si era legítimo evangelizarlos por la fuerza. La defensa que Las Casas hizo de la libertad natural de todos los seres humanos, y su oposición al uso de la fuerza volvieron a influir sobre una legislación que siguió siendo letra muerta. Las Casas, que pertenecía a la orden de los dominicos, más sobria y menos apocalíptica, se estaba haciendo eco de una versión de la creencia franciscana en la regeneración del cristianismo mediante la evangelización de los indios, pero hacia el final de su vida se limitó a sostener que la corona española solo tenía derecho a evangelizar en el Nuevo Mundo, si bien tenía la obligación de respetar la libertad y la propiedad de los indios.

³⁷-Hubo excepciones importantes. El sincretismo católico, la capacidad de incorporar dioses y diosas de otra cultura al panteón de los santos cristianos, había existido desde que la Iglesia convirtió al mundo
grecolatino. Más allá de las meras necesidades de la evangelización, algunos de los nuevos cristianos conversos de la orden franciscana quedaron fascinados por la cultura azteca y maya. Sanders narra su
historia en op. cit., cap. 16. Los jesuitas también decían haber encontrado indicios de que el apóstol Tomás, después de evangelizar en la India, siguió viajando hasta llegar a México, lo que para aquéllos era decisivo, pues permitía superar el embarazoso retraso de dieciséis siglos en la llegada de la palabra de Dios al Nuevo Mundo. Esta es una prueba añadida de la creencia religiosa en la unidad de la
humanidad, que tuvo que ser superada para que fuese viable teoría racial alguna: «el sistema mundial (de los españoles)… basado en la revelación, así como su propia religión, se habría derrumbado si la
Biblia hubiese mentido o simplemente omitido hacer mención de América; la ignorancia, el despiste y la injusticia por parte de Dios eran todos igualmente insostenibles. Si existiera una verdad positiva independiente de la verdad revelada, todo el pensamiento europeo, de san Agustín a Suárez, se habría hundido.» J. Lafaye, Queztalcóatl and Guadalupe: The Formation of Mexican National Consciousness,
(Chicago, 1976), pág. 186 y cap. 10. [Queztalcóatl y Guadalupe, Fondo de Cultura Económica 1977, trad. Ida Vitale]

³⁸-En los siglos XVI y XVII, las críticas a la esclavitud se centraban en los excesos de crueldad y violencia, no en su práctica como tal (D.B. Davis, The Problem of Slavery in Western Culture, Cornell UP, 1966,
págs. 189-196); en fecha tan tardía como el siglo XV, en el mercado de esclavos de Palermo se vendían griegos, árabes, eslavos, tártaros, turcos, circasianos, rusos y búlgaros (Verlinden, op.cit. pág. 385); en el siglo XVI, la mayoría de los esclavos que había en España y Portugal eran lo que hoy denominaríamos «blancos».

³⁹-Bernal Díaz, uno de los compañeros de Cortés, describe el asombro de los españoles al contemplar por primera vez Tenochtitlan, la capital azteca, (que en 1519 tenía quizá un millón de habitantes) y cómo echaron mano instintivamente de la imaginería de ciudades fantásticas extraída de la novela de caballerías Amadís de Gaula (1505) para buscar paralelos en su propia cultura. (cfr. B. Díaz del Castillo, Historia de la conquista de Nueva España, México D.F., 1980, pág. 159).

⁴⁰-La literatura sobre este tema es muy extensa. Seguramente el mejor libro de todos, (y es un escándalo que nunca se haya traducido al inglés), sea Adamo e il nuovo mondo [«Adán y el Nuevo Mundo»]
(Florencia, 1977), de G. Gliozzi, cuyo subtítulo, «De las genealogías bíblicas a las teorías raciales (1500-1700)», no podría resumir de forma más concisa la tesis de este artículo. Gliozzi demuestra que el concepto de raza no pudo existir hasta que la crítica científica, empezando por la exégesis bíblica, hubiese barrido todo el legado de explicación de las corrientes grecolatinas y judeocristianas de la cultura occidental. Puede encontrarse una perspectiva parecida pero menos exhaustiva en A. Grafton, New Worlds, Ancient Texts: The Power of Tradition and the Shock of Discovery (Cambridge, 1992). On the impact of New World biology and botany, cfr. A. Gerbi, Nature in the New World, Pittsburg, 1985.

⁴¹-R. Sanders, op.cit. pág. 187.

⁴²-R. Wauchope, Lost Tribes and Sunken Continents: Myth and Method in the Study of the American Indians, (Chicago, 1962), pág. 53. Cfr. págs. 53-59 para la historia de la teoría, que seguía teniendo defensores en la Norteamérica de comienzos del siglo XIX, y que fue apoyada por Roger Williams, John Eliot, William Penn, y los Mather. Los mormones siguen defendiéndola en la actualidad.

⁴³-Sanders, op.cit. cap. 30, cuenta la historia del libro de Menasseh, cuya teoría convenció a John Eliot, misionero puritano radicado en Massachusetts, para traducir la Biblia al algonquino.

⁴⁴-Ibíd. pág. 371. «se trataba de un imperio que los ingleses estaban heredando de los españoles a través de los holandeses, así que ¿por qué no heredar también los servicios de sus judíos?»

⁴⁵-De hecho, La Peyrère (1596-1676) conoció personalmente a Menasseh ben Israel. La Peyrère procedía de una familia protestante de Burdeos y, según una de las investigaciones más importantes, probablemente fue otro marrano más. (R. Popkin, Isaac La Peyrère, Leiden, 1987, págs. 22-23). Su obra temprana estaba completamente en consonancia con las profecías joaquinitas, salvo que, por supuesto, era el rey francés (y no, como había afirmado Vieira, el portugués) el que convertiría a los judíos y les llevaría de vuelta a Tierra Santa reconquistada. Incluso después de haber repudiado Pre-Adamitae, La
Peyrère siguió defendiendo sus tesis en privado.

⁴⁶-Según Popkin, (op.cit., pág. 14) en privado tanto el Papa como el General de la Orden de los Jesuitas encontraron muy ameno el libro de La Peyrère.

⁴⁷-Ibíd. pág. 39. El complejo destino de las tesis de Pre-Adamitae, desde la Ilustración hasta la actualidad, se narra en las págs. 115-176, y Gliozzi, op. cit. págs. 565-621 describe su impacto inmediato en Inglaterra.

⁴⁸-Este es un precursor al que curiosamente han pasado por alto los teóricos contemporáneos de la «diferencia».

⁴⁹-Citado por M. Hodgen, Early Anthropology in the Sixteenth and Seventeen Centuries, (Filadelfia, 1964), págs. 421-422.

⁵⁰-A. Gerbi, The Dispute of the New World. The History of a Polemic 1750-1900 (Pittsburgh, 1973) es un estudio asombroso sobre pensadores ilustrados como Buffon y de Pauw y de su creencia de que en el clima del Nuevo Mundo no solo los seres humanos, sino también las plantas y animales degeneraban.

⁵¹-La fase de los orígenes del concepto de raza que corresponde a la Ilustración inglesa será, como ya indiqué antes, el tema de la segunda parte de este artículo.

 

Loren Goldner, publicado originalmente en la revista Race Traitor #7, 1997.